¿Régimen de rostridad o rostrología? Hacía una socio-lógica del rostro

Por  Victor Gruel

1.2.- Occidente y los dispositivos de individualidad

Desde la historia del arte puede rastrearse «la invención del rostro» contenida en el retrato. Sería en el Ars Nova con un pintor, un tal Jan van Eyck (1390-1441) quien en pinturas como El retrato de los Arnolfini (1434), crearía un estilo pictórico “sin referencia religiosa” (pues antes la técnica era usada exclusivamente para el papado en turno) ilustrando la intimidad doméstica del comerciante pre-capitalista, quien “es el prototipo del individuo moderno” (porque solo él podía costear un lienzo así). El retrato se seculariza a la par de que se pasa de la Edad Media al Renacimiento mediante la transformación de «la axiología corporal», o sea el dejar de concebir el cuerpo en relación con el cosmos, yéndose de paso incluso hasta la des-posesión comunitaria de la carne y los huesos. La relación rostro-retrato es una relación contenido-continente que transformará la realidad tanto como la salida del geocentrismo tolemaico. O en palabras de Le Breton:

El rostro es la marca de una persona. De ahí su uso social en una sociedad en la que el individuo comienza a afirmarse con lentitud. La promoción histórica del individuo señala, paralelamente, la del cuerpo y, especialmente, la del rostro (…) La nueva inquietud por la importancia lleva al desarrollo de un arte centrado directamente en la persona y provoca un refinamiento en la representación de los rasgos, una preocupación por la singularidad del sujeto, ignorada socialmente en los siglos anteriores. El individualismo le pone la firma a la aparición del hombre encerrado en el cuerpo, marca de su diferencia y lo hace, especialmente, en la epifanía del rostro (Ibíd., p.43).

Además de la pintura individual del comerciante, Le Breton confirma una segunda evidencia al interior mismo de retrato: la firma del pintor también corrobora el nacimiento del individuo, ya que otrora los artistas permanecían “en el anonimato” y llegaría un momento que hasta realizarían sus propios auto-retratos. Aunque su origen sea meramente artístico y no científico, el retrato es un dispositivo de individualidad porque “no es percibido como un signo, una mirada, sino como una realidad que permite aprehender a la persona” (Ibíd., p.42). Aprehensión de la personalidad mediante un realismo visual y es que precisamente una de las principales innovaciones del Ars Nova fue la representación tridimensional, así que no en vano «los rasgos» del individuo serán visibles para la posterioridad. Testimonio al óleo dispuesto para perdurar más allá de la muerte. Así como para al grafólogo la taquigrafía y firma de un personaje histórico le permite acceder e interpretar su personalidad, para el observador común le bastará ver el rostro del otro para encontrarse con sus emociones.

La invención del rostro contribuye a la construcción de una socio-lógica en el sentido que da cuenta del nacimiento de una forma de individualidad, cuya repercusión colectiva pasa a través del funcionamiento de la mayoría de las «instituciones de secuestro». En la necesidad de plantear unos dispositivos de individualidad similares, podemos citar otros acontecimientos históricos. Primero, cuando Francis Galton (1) (1822-1911) se percatará que las huellas digitales servirían para la identificación del individuo, como instrumento ulterior de la criminología; para los mismos menesteres, el descubrimiento gradual y científico-colectivo del ácido desoxirribonucleico (ADN) por la biología molecular, y en menor grado dentadura y huesos para la antropología forense y otros peritos. Estás producciones científicas como formas de «poder-saber» útiles a las instituciones sociales, procuran establecer más allá de una nomenclatura una instancia abstracta capaz de ordenarse en series y secuencias mediante las cuales ubicar y controlar a las personas en arquitecturas concretas. Nombre o apodo no bastarán para identificar a un individuo pues habrá que asignarle un número o un código acorde a unas características fenotípicas (dientes, huellas digitales, lectura de pupilas y demás señas particulares) o genotípicas (cromosomas, enfermedades, ADN y demás anomalías genéticas). Entonces, la historia del pensamiento social del cuerpo puede entenderse a través de las categorías clásicas de la versión francesa de la fenomenología: lo visible (fenoma) y lo invisible (genoma). Los distintos dispositivos de individualidad, como estrategias históricamente situadas de identificación subjetiva, serán «tecnologías políticas» que recurren más a rasgos fenotípicos que a genotípicos. Esto se debe al principio de inmediatez que se pone en juego con las apariencias. El rostro es como una pantalla que permite visualizar la experiencia interna y que a medida que vamos creciendo parece transformarse de acuerdo a nuestras vivencias. Miradas-heridas por culpas no enmendadas, sonrisas maliciosas del mala-leche; asombros e impresiones que (de)forman la faz como el terreno a la topografía.

Yo supongo que en los hechos las «microfísicas del poder» proceden de manera más simbólica que racional. En la antigüedad y el medioevo a los adúlteros se les estigmatizó tatuando o marcando sus rostros o bien con enormes máscaras de la fauna local. Práctica punitiva de negación de una integridad u ocultamiento facial que tendría que esperar hasta la modernidad para ser suprimida, el rostro humano es el mejor suministro de las primera impresiones (las que cuentan) en la presentación cotidiana de la persona. Los reos reincidentes codifican las condenas que habrán de pagar con el tatuaje de una lágrima debajo de los ojos. Los jóvenes se perforan en diversos sitios del rostro y según el discurso psicoanalítico cada agujero corresponde a una relación significativa con el otro. El maquillaje aplicado sobre el rostro de las mujeres ha representado para su historia cultural una práctica mágica. El rostro, en pocas palabras, es lo más eficiente pues procede en el «más acá» del mundo. De ahí que el retrato hablado de los sujetos por ser castigados sea otro instrumento de la «sociedad panóptica». De ahí que las credenciales y demás documentación de identificación oficial incluyan una fotografía tamaño infantil.

Para el psicoanálisis el rostro tendría una implicación con la construcción del yo con el «Estadio del espejo» de Jacques Lacan, cuando el sujeto (siendo un bebe) se identifique con el reflejo de su rostro. El mito de Narciso fue re-interpretado por Jean Baudrillard en De la seducción (1988) al señalar como forma radical de seducción el enamoramiento de sí mismo que sufre el personaje mitológico al recordar a su hermana gemela en el reflejo del agua, también sobresale la crítica «tranestética» que “el intelectual solitario” hace a propósito del “¡Soy mi look, soy mi look!” del individuo (pos)moderno.

2.1.- Régimen de rostridad

Mil mesetas (1997) es una de las obras más polémicas de los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari. No será está la primera obra en la que se toque el tema del rostro por los esquizoanalistas. Deleuze en solitario ya hablaría en Lógica del sentido de como el rostro es casi «un lugar común», pero será en el segundo libro en co-autoría con el psiquiatra y militante comunista Guatarri, donde las reflexiones en torno a la cara del hombre occidental se consolidarían como una propuesta original, sobretodo al poder conceptuar a través de la inteligibilidad del rostro una nueva forma de topos aplicado a paisajes y arquitecturas. Es así como el régimen de rostridad no es exclusivo del cráneo humano. Lo que para Le Breton (2002) es una «geografía del rostro» en la que la boca y los ojos pueden abrirse o cerrarse, es reducido por los filósofos a una «pared blanca y unos hoyos negros». No se trata de un racismo el hecho de que la tez referida sea “blanca” ya que como es característico en muchas obras filosóficas hablar de “Occidente”. La rostridad descrita por los autores parte del hombre occidental representado por Jesucristo. (Curiosamente si nos ponemos culturalistas podemos observar como en el afán iconoclasta de Occidente por desacralizar los ídolos nos hemos metido en serios problemas con el islamismo al dibujarle un rostro a Mahoma, quien en las ilustraciones del Corán siempre aparece con un espacio en blanco por cara). Aquí rostrifización será igual a cristianización. Pies, pene, vagina, pechos. Todo se «rostrifica» mientras que el rostro se desincorpora de la cabeza. El fetichismo esta ahí para crearle agujeros negros y genitales a los objetos. Onanismo objetivista de la cotidianidad. Para Deleuze-Guattari el rostro no es en sí mismo un dispositivo de individualidad empero si una tecnología política. El rostro es un mapa: una política: una redundancia: el rostro es “el verdadero porta-voz” (Deleuze-Guattari, 1997; p.182). Nuestro rostro no es nuestro. Es escindido por la maquina abstracta que ubica rostros y produciendo flujos de subjetividad, desechando unos rostros y prescribiendo otros. No se trata de una gesticulación sino de la instauración de un racismo que criminaliza la alteridad del hombre europeo. La maquina abstracta de rostrificación produce también ghettos. Producción / distribución semántica-sistemática del rostro según una organización sólida, rectangular o circular el rostro adquiere así su inteligibilidad.

Un niño, una mujer, una madre de familia, un hombre, un padre, un jefe, un profesor, un policía, no hablan una lengua en general, hablan una lengua cuyos rasgos significantes se ajustan a los rasgos de rostridad específicos. Los rostros no son, en principio individuales, defienden zonas de frecuencia o de probabilidad, delimitan un campo que neutraliza de antemano las expresiones y conexiones rebeldes a las significaciones dominantes (Ibíd, 1997; p.174).

Hay una forma de resistencia («línea de fuga») al régimen de la rostridad: la difícil tarea de deshacer el rostro, pero advierten los filósofos que al hacerlo “se puede caer en la locura” (Ibíd, 1997; p.191). Así que el cuerpo sin rostro (CsR) fisionado con el cuerpo sin órganos (CsO) serán formas de la esquizofrenia en el capitalismo.

2.2.- Rostrología

Después de la publicación de su Crítica de la razón cínica el filósofo alemán Peter Sloterdijk emprendería el proyecto de su monumental obra Esferas (en tres tomos). Quizás por motivos editoriales o bien por simple discusión filosófica, debate abiertamente con varios autores franceses, reivindicando así el papel de la filosofía alemana pos-heideggereana que él y sus colegas (principalmente Thomas Macho y Rüdiger Safranski) representan. Sloterdijk tan sólo coincide con Deleuze y Guattari en los aspectos de singularidad, superficialidad y de experiencia terrorífica que suponen el rostro. Una de las primeras contribuciones que Sloterdijk hace al estudio del rostro humano es que ubica en el Fedro de Platón la primera tentativa histórica de encontrar en el rostro del otro “una verdad”. Retomar el ejemplo del retrato hablado evidencia como cierta gramática del rostro es relacionada con la supuesta “maldad” del criminal en cuestión. De ahí que las cejas comprimidas sean signo de un oscurecimiento del semblante La lógica maniquea que opera en el semblante es descrita por Sloterdijk así:

El cuerpo humano más bello es, por tanto, el más diáfano, el menos peculiar, oscurecido, el más penetrado e iluminado por el bien. Cuando aparece una presencia como la del joven Fedro se repite en el mundo de los sentidos una salida del sol en traducción facial. La fuerza luminosa de su cara no es, pues, algo suyo propio; sigue siendo propiedad del bien y origen solar, del que, según Platón, procede toda irradiación y del que emana lo que el mundo de los sentidos está bien logrado y conformado (Sloterdijk, 2003: p.138).

Muy a tono de las fórmulas al puro estilo Heidegger, Sloterdijk introduce el concepto «espacio-cuatro-ojos» o «ser-para-el-otro-rostro» que tiene en el enamoramiento una forma privilegiada de interacción facial. Este énfasis nos recuerda la «distancia intima» en sus fases cercana y lejana de Edward T. Hall (1972) pues como el antropólogo estadounidense lo afirma a esta distancia ocurren “el amor y la lucha, la protección y el confortamiento” (Hall, 1972: p.143). Al igual que Le Breton, Sloterdijk toma al arte como evidencia histórica y es el beso, no el de Gustav Klimt (1908) ni la escultura de Auguste Rodin (1886) sino el de Giotto (1266-1337), con dos de sus pinturas El saludo de Joaquín y de santa Ana en la Porta Aurea y La traición de Judas. En el análisis de imagen que hace Sloterdijk hace observar como en ambos besos el contacto visual hace posible o imposible la alianza, dadas las motivaciones del otro-de-enfrente. Para Sloterdijk la facialidad es una «segunda naturaleza».

Al igual que Le Breton, Sloterdijk también ve en el Renacimiento el nacimiento del individualismo moderno. Sin embargo, «la posibilidad de facialidad» es vista como una acción conjunta. Creación reciproca de los rostros que “va unida al proceso de antropogénesis mismo” (Sloterdijk, 2003: p.156). En este punto corresponde aclarar una cosa: Sloterdijk hace una réplica al trabajo de Deleuze-Guattari acusándolos de “un impulso desgeneralizador”, atribuyéndoles uno de los peores insultos filosóficos: “pensadores de casos”. En último término, Sloterdijk llega a plantear a la evolución morfológica del rostro, junto con una interpretación del darwinismo como “la ley de supervivencia del más atractivo” (Ibíd., 2003: p.162). Para Sloterdijk rostro y mirada evolucionan a la par, hablando de un larga camino que llevo al homosapiens al encantamiento bio-estético de su propio rostro. Concluyendo el filósofo alemán experto en germanística recuerda como rostro viene del vocablo griego prosopon y “designa lo que uno ofrece a la vista de los demás” (Ibíd., 2003; p.181). Para Sloterdijk el “trágicamente híbrido teorema” de Lacan sólo puede explicarse por una cultura “saturada de espejos”, del mismo modo que el mito de Narciso es entendido en su justa “reflexión primitiva” de quién no sabe diferencia su propio rostro del de un otro cualquiera. Actualmente el rostro es para Sloterdijk una reconstrucción persona e intersubjetiva del espacio micro-esférico.

3.1.- Conclusiones

La rostrología con su devenir-semblante sirve más para una suerte de sociología de las emociones. La gesticulación sería vista en su justa motivación política. Así como Sloterdijk hace un análisis de las monedas imperiales romanas, la rostrología encontraría en la numismática el material suficiente, p. eje. de que manera es representada la solemnidad de los héroes de la patria, etcétera. Patrimonios culturales en los que esculturas marcan la tendencia de los estereotipos de género de una época particular (pienso en el Ángel de la Independencia). La rostrología no sólo sería útil para una historia social sino también en términos biográficos: envejecimiento y rejuvenecimiento como construcción social. Las lecturas del culto a la juventud mediante la rostrología estarían por fin completas.
Los regímenes de rostridad tendrían una aplicación directa en los estudios de Urbanismo puesto que están anclados en un tipo de psicoanálisis de los espacios y los lugares más que del tiempo. Una calle. Una estación del metro. Una ciudad. Se trata de la experiencia «psicogeográfica» en la que soñaron los situacionistas: vivir la ciudad según mapas mentales donde hay lunares, cicatrices, acné, manchas urbanas. Observar los rostros donde no los hay no sólo es tarea de ufólogos o demás gente obsesionada con películas de suspenso. En Kafka por una literatura menor (1975) Deleuze y Guattari nos presentan un análisis de la obra del escritor checo al calor de los regímenes de rostridad, destacando como en los cuentos kafkianos las cabezas permanecen agachadas o alzadas, con la boca abierta o cerrada.

A partir del Pop-Art encontramos en la actualidad una vuelta a los iconos en su relación con el rostro. Para muestra las serigrafías de Andy Warhol (1928-1987) de los rostros de Marilyn Monroe, Mao Tse Tung, Elvis Presley y de él mismo. Lo valioso de este estilo es que la reproducción de la obra de arte se abre hacia el infinito, de tal manera que se estandariza la imagen del rostro según unos colores y una repetición. De tal manera que no es exagerado saltar hasta el discurso publicitario de la belleza, que a su vez incita el consumo de determinados productivos para el cuidado del cutis o bien la cirugía plástica siendo la operación de nariz y la aplicación de botox o colágeno una industria millonaria.

Las Tecnologías de la Comunicación y la Información quizás aún no establezcan una transformación total del rostro humano pero si funcionan como proyectores telemáticos de rostros. En los chats no sólo hay nicknames sino imágenes de rostros en el display. Si uno se aventura por MySpace.com o Hi5 se topara con una cantidad exorbitante de auto-fotografías de rostros, que sabiendo observar relevará detalles del uso y propósitos del cibernauta.

Al hacer la socio-lógica del rostro opera gratamente un reduccionismo: al no haber sociedad eso que se llama «interacción social» es en sentido estricto una «interacción facial», donde las bocas que se abren y se cierran, dan vida al lenguaje en su naturaleza fonética. Mirada que busca los ojos. Oídos que quieren ser susurrados. Labios por ser besados. Mejillas por ser cacheatadas. Nariz que quiere olfatear el humor del otro. Rostro susceptible de ser retratado.

N o t a s:
1.- Científico inglés y primo de Charles Darwin, creador, entre otras cosas de la antropometría, técnica eugénica po excelencia que establecía, a través de un índica de correlación -inventado también por Galton- una relación cuerpo y personalidad. Más adelante sería incorporado a la criminología. Lo importante para la socio-lógica del rostro sería destacar planteamientos como el de Ernst Kretschmer (1921), Constitución y carácter, Ed. Labor, Barcelona, en los que parte de la metodología científica consiste en fotografíar cuerpos desnudos y acercamientos faciales que señalen las “taras”.

B i b l i o g r a f í a  u t i l i z a d a:
Deleuze, Gilles y Félix Guattari (1997), Mil mesetas, Pre-textos, Valencia
Hall, T. Edward (1972), La dimensión oculta, Ed. Siglo XXI, México
Le Breton, David (2002), La sociología del cuerpo, Nueva Visión, Buenos Aires
Sloterdijk, Peter (2003), Esferas I. Burbujas, Siruela, Barcelona